
Habitualmente, el binomio “sol y salud” se asocia
con las recomendaciones médicas destinadas a proteger la piel y los ojos de los
efectos negativos de los rayos solares, como son las lesiones, el
envejecimiento acelerado e incluso el cáncer. Nadie las pone en duda y por
supuesto hay que seguirlas.
Investigadores del Instituto Baker de
Investigación del Corazón y la
Diabetes, en Melbourne, Australia, han demostrado que los
cambios de la luz solar durante el año modifican los niveles de algunas
sustancias producidas en el cerebro, como la serotonina, que juega un papel
clave en los trastornos estacionales afectivos y del ánimo, como los síndromes
depresivos otoñal e invernal.
Cuanta más horas de luz natural de sol tenga el
día y más luminoso sea, menos problemas afectivos sufrirá la persona que
disfruta de estas condiciones ambientales, según un estudio publicado en ‘The
Lancet’, que ha descubierto que la serotonina cerebral se ajusta de forma
rápida a la intensidad de la luz solar en las personas sanas (no propensas a la
depresión).
La
Escuela de Medicina de Harvard ha estudiado los efectos del
sol y han llegado a la conclusión que vivir en un lugar soleado puede reducir
el riesgo de desarrollar artritis reumatoide (AR), sobre todo entre las mujeres
mayores. Otro estudio de la
Universidad del sur de California, en Estados Unidos, apunta
a que personas que pasan más tiempo bajo el sol durante la infancia tienen un
riesgo menor de desarrollar esclerosis múltiple (EM) a lo largo de su vida.
Los rayos solares aportan vitamina D al
cuerpo
Los investigadores sugieren que los rayos solares
inducen un efecto protector contra la esclerosis múltiple, posiblemente
al alterar la respuesta inmune de las células o al aumentar los niveles de
vitamina D, y recuerdan que esta dolencia suele ser más común en las latitudes
con niveles más bajos del tipo de radiación ultravioleta que estimula la
producción de vitamina D.
Fuente: El Caribe/Agencias